COSTUMBRES
LA VAQUERITA
En las tradicionales fiestas que
realizaban los ganaderos, ignoramos hace cuanto
tiempo, en recuerdo de las
clásicas verbenas españolas tuvieron lugar nuestras vaquerías en ocasión de la
hierra de las reses y su acostumbrado recuento anual. Allí se bailan las
jaranas, una de las primeras variantes fue "el Torito".
Las vaquerías son bullicio y
diversión, las mujeres destacan con coloridos huipiles y rosarios de filigrana.
Los hombre, guayabera blanca inmaculada y elegantes alpargatas.
Luego de un rato de baile,
alguien grita "Bomba". Se detiene la orquesta, el baile se interrumpe
para que alguno de los actuantes exprese los agudos decires de las
"bombas", cuartetas que pueden llegar a ser madrigales cas,
descriptivas, satíricas, pero frecuentemente picarescas, donde aflora el innato
sentido del humor del yucateco.
En todos
los países civilizados es costumbre conmemorar el día de difuntos con diversas
manifestaciones de duelo que, católicos así como de otras religiones, dedican a
sus deudos muertos.
Estas
prácticas se concretan a oraciones, rosarios de ánimas, ofrendas florales y
visitas a los panteones. Entre nosotros, en América, en casi todas partes, se
encienden lámparas sobre los sepulcros y hay paseo general de campos santos e
iluminan los lugares donde han enterrado a los muertos.
En
Yucatán, entre los indios mayas, se observa una costumbre original que viene
desde sus ancestros: costumbre netamente maya mezclada, después de la
conquista, a prácticas piadosas conforme al ritual católico. Obra es hasta, de
los franciscanos; quienes, no pudieron desarraigar de golpe, en la raza
conquistada, sus antiguos ritos idolátricos, toleraron ciertas prácticas que no
se oponían al dogma: como honrar a sus muertos, ofrecer presentes, encender
velas y quemar resinas aromáticas. Existe, pues, hasta la fecha entre los
indígenas mayas, una práctica piadosa que tiene por origen la sagrada
veneración que el indio tiene por sus deudos muertos, a quienes sepultan en el
interior de sus hogares.
Hay
historiadores y cronistas, como Landa y Cogolludo, que aseguran, estudiando
costumbres de la raza aborigen, que entre los mayas no exitían cementerios en
sus ciudades. El maya,-dice el cronista-, sepulta sus muertos en su propia
morada. El entierro de sus deudos lo hacía cada habitante a espaldas de su
casa, en un recinto o patio libre de malezas y bien barrido, donde era abierta
una fosa y en la misma tierra, sin ataúd, colocaban el cadáver introduciéndole
en la boca cierta cantidad de masa de maíz bien cocida, llamada
"keyem" para que pudiera alimentarse mientras reposaba.... Hecho el entierro,
colocaban una señal para identificar la tumba. Generalmente consistía ésta en
un corralejo de dos metros en cuadro, hecho de varillas o palos:
"coloc-ché‚". Y en tiempos de la colonia marcaban aquellos sitios con
una tosca Cruz de madera que colocaban dentro del cuadro.
Debido a
esta práctica indígena de sepultar los muertos en casa para tenerlos cerca, a
fin de poderles ofrendar presentes que consistían en alimentos, frutas y ceras,
nació la costumbre de hacer en los días de difuntos los "pibil-uahes"
o "mucbipollos: vianda en forma de tamales envueltos en hojas de plátano
con que obsequian, en esos luctuosos días, a las almas de sus parientes
muertos. De ahí el "Hanal-Pixan", que quiere decir: "banquete de
las ánimas".
En las
casas y en los campos, colocan los indios jícaras de atole nuevo y cajetes de
comida dedicados a los difuntos; y creen firmemente que, invisibles, descienden
las almas a tomar una parte de ella, que es lo que llaman "tomar la
gracia".
Es
costumbre tradicional en la República, como en todo el mundo, llevar en los
días de muertos, ofrendas florales y coronas a los panteones.
En
México, además de estos presentes, fabrican en las pastelerías un pan de harina
de trigo, con mucha azúcar encima, llamado popularmente "Pan de
Muerto"; así como que confeccionan calaveras de dulce, bien adornadas, que
obsequian a sus amistades.
En
Yucatán, esta costumbre es distinta a la del resto de la República y, quizás,
de todo el mundo. Desde el 1o. de noviembre, día de Todos los Santos, y
dedicado a los "chiquitos" (los niños muertos), se confeccionan unos
bollos de harina de trigo, en forma de figurillas de animales y muñecos, para
ofrecer a las almas de aquellos. El 2 de noviembre, día de los Muertos,
fabrican los indios unos enormes pasteles redondos, como de treinta centímetros
de diámetro, hechos de masa de maíz y manteca, rellenos de pollo y puerco y
condimentados con tomate y chile, que resultan muy sabrosos.... Estas tortas de
maíz envueltas en hojas de plátano, -como tamales-, son cocidos a guisa de barbacoa
en un gran hoyo bajo de la tierra, o "pibil-pollos"; palabra híbrida
muy popular.
Además de
estos pasteles, entierran en el horno subterráneo, bien calentado con leños y
piedras, calabazas grandes, de preferencia la "dzol", jícamas,
camotes, mazorcas de maíz tierno, (pibinales) y unas tortas de masa y frijoles
llamadas: "pibil- xpelón". Y una vez cocidos estos alimentos y
humeantes aún, los depositan en pequeñas mesas, alumbradas con velas de cera,
debajo de los árboles del patio y cerca de las sepulturas de sus
familiares; así como sendas jícaras de sabroso "tan-chucuá, atole que
fabrican con masa de maiz, cacao, pimienta y anís, a modo de
"champurrado"
Estas
viandas pasan toda la noche del 1o. al 2 de noviembre, en esos pequeños
altares, debajo de los árboles. Y cuando las almas de los difuntos "han
tomado la gracia", los familiares de aquellos meriendan los
"mucbilpollos", tómense el atole y "pibinales" entre
libaciones de "balché y otras bebidas embriagantes....
Así
termina la ceremonia del "Hanal-Pixán" entre los mayas. Tal es el
origen de esta costumbre tradicional entre los yucatecos, todos, hasta los que
estamos lejos de nuestra tierra!.... Y tan arraigada está, que hasta las
familias acomodadas, impelidas por la fuerza de la tradición, confeccionan
estas exquisitas tortas, en el Día de los Difuntos, sin practicar la ceremonia
india, naturalmente. Y no es raro ver en Mérida, la víspera del 2 de noviembre,
a los criados de las casas, llevando por la calle, en enormes bandejas, estos
ricos pasteles para obsequiar a sus amistades; costumbre de la que, hasta hoy,
no ha prescindido nuestra creciente Colonia Yucateca en la capital.
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